Cuando no hay a donde regresar

Hoy te voy a dar una reflexión muy personal.

Tan personal y tan real que no me bastaría un correo o 10 para explicarte al cien por ciento lo que esta reflexión significa para mí.

Al grano, pues.

Mira.

Tarde o temprano en la vida te terminas dando cuenta que los problemas no se acaban.

Que estamos flotando en un mar de problemas llamado “vida” y que simplemente la naturaleza de ese mar son los mismos problemas.

Y estamos en ese mar.

Somos parte de él también.

No hay manera de no tener problemas o de esperar que no nos toquen.

Hay mareas bajas y altas.

Hay días con problemas más grandes y otros con problemas más pequeños.

Esto se trata de flotar. Aprender a flotar.

Y también entiende esto:

Podremos construir la mejor de las estructuras, el mejor edificio, la mejor guarida, la mejor ciudad, pero siempre, siempre, siempre y siempre llegará un momento en que tengamos que avanzar y dejar atrás ese lugar seguro y que con tanto amor construimos.

Ya sea porque se cayó por un terremoto ajeno a nosotros o simplemente porque no nos dimos cuenta de que no lo construimos tan bien como pensamos.

Y duele pensar en ese lugar tan sagrado. Tan seguro. Tan tuyo.

Pero la realidad es que si se cae o simplemente desaparece, por voluntad o no, tenemos que movernos.

No hay espacio o forma de regresar. No hay a donde regresar.

Solo queda avanzar.

Con dolor. Sí, con mucho dolor.

Pero si no hay nada allá atrás pues a qué chingados se regresa, ¿verdad?

¿Verdad?

Yo mastico esta gran reflexión y te la comparto si te sirve y si te sabe bien.

Porque para mí masticarla y masticarla hace que cada vez me sepa mejor, o al menos, para bien.

Por hoy es todo.

R.